lunes, 10 de julio de 2017

El nacimiento de Pablo

Cuatro años después de su hermana, en el mismo mes de noviembre, ha nacido Pablo. Después de un embarazo que al final se ha hecho largo, se nota que el cuerpo ya no es el mismo que hace 6 años. Y sin embargo, algo recordaba. Qué maravilla cómo saben los cuerpos. Ese año en que ya habían nacido Dana, Ian, Mayo, Alvaro, Lola, Violeta, Chloe, Amar, Lara, Jara, Naia, Axel... y todavía faltaban por nacer Uriel, Alma, Mara, y Candela.

El 28 por la noche, se rompió la bolsa. Emoción, ya falta poco. Me paso la noche yendo y viniendo al baño, aún no hay contracciones. Pongo un mensaje a Mariluz, que llega muy prontito, antes de que se levanten todos. Por la mañana llamamos a Anabel, viene con Paca enseguida. Aún no estoy de parto pero me da tranquilidad verlas. Pasamos un rato con ellas, después del desayuno, jugando. Me dicen que el parto empezará en las próximas 24 h, pero que lo más probable es que se espere a la noche otra vez, así que se van hasta que volvamos a llamarlas.

El día es frío, pero salimos a dar un paseo al estanque. El otoño está precioso, lleno de colores. Estrenamos el columpio. Nos hacemos las últimas fotos de familia de 4. Pablo ya tiene ganas de llegar. Diego y Julia elegirán si quieren estar o no cuando nazca su hermano.

No es hasta la hora de cenar, cuando empiezo a notar algunas contracciones fuertes. Juego con Julia en la pelota. Les damos la cena a los mayores, dejamos todo listo y ya tranquilo, se quedan con Mariluz leyendo cuentos mientras Javi y yo cenamos. Ya hemos llamado otra vez a Anabel, que llega en media hora con Paca. Ceno con mucha hambre, y decido tomarme una manzana de postre. A mitad de la manzana una contracción enorme, cuando pasa me la termino corriendo y me voy ya a la habitación, con la pelota. Son las 20:30 de la tarde del 29 de noviembre.

  A partir de aquí todo va muy rápido, tanto que el recuerdo es algo borroso. Las contracciones son ya seguidas y muy fuertes. Las encajo en la pelota, agarrada a Javi, suena Peter Kater. Paca y Julia preparan la habitación, el futón, las toallas, Julia ha visto que esto empieza y se ha sumado, no se lo quiere perder. No creo que fuera mucho más de media hora, enseguida las contracciones ya no las aguanto en la pelota, y me pongo entre el futón y el sofá, a cuatro patas. Me acuerdo del parto de Julia, tan parecido, ese sentir que me parto en dos, "María venga que ya está casi, le estamos viendo", mi niña pequeña que ahora es la mediana, allí, sin parpadear, sujetando la linterna me contaron luego. Diego se ha dormido en el salón con Mariluz.

Los últimos pujos son muy fuertes, los gritos con cada contracción me salen de las tripas, se juntan unos con otros. Con el último, Pablo termina de salir, Javi lo coje y yo me quedo apoyada en el sofá. Estoy exhausta, noto la boca seca, quiero agua. Como por arte de magia aparece una pajita al lado de mi boca, puedo beber y ni he tenido que moverme.

Son las 21:45 cuando ya tengo a Pablo en los brazos. Qué sensación, qué emocionante, todo resbaladizo, precioso, moreno, chiquitín...

Diego se asoma con Mariluz a conocerlo, le da unos cuantos besos y enseguida vuelve a quedarse dormido. Julia no se pierde una, se lo cuenta a Mariluz: "Pues primero ha salido la cabeza, luego un hombro, y luego otro! Y luego ya estaba fuera y era muy negro :)". Llega también Silvia, que se ha perdido el parto pero aparece justo a tiempo de darme un masaje en los riñones con sus manos maravillosas. En poco rato sale la placenta, Anabel me dice que empuje un poquito y ahí está entera, preciosa. Qué sensación también la de estar en casa, rodeada de gente querida, la oxitocina está en el aire...

Como en medio de una noche mágica, pasamos un rato juntos, mirando a Pablo, que se engancha a su teta. No me molesta la cantidad de personas que somos, como una tribu. Me siento agradecida a la vida y a todas las personas que me acompañan. Después nos vamos a la cama, hoy somos uno más. Bienvenido Pablo. Bienvenido a esta familia, teníamos muchas ganas de conocerte...



De los tres pospartos, diría que este es el que me ha resultado más difícil emocionalmente. No sé si las hormonas, imagino que sí, me han tenido como loca toda la cuarentena y un buen rato más. Sin embargo, he tenido la suerte de, además de tener a Javi a mi lado, estar rodeada de mujeres maravillosas que me han ayudado, acompañado, apoyado, escuchado, permitido ser y estar como me salía, aunque a veces ni yo misma me comprendiera. Muchos miedos, mucha angustia y un comienzo de la lactancia tortuoso, que gracias a todo el apoyo se fueron por donde vinieron en cuanto las hormonas volvieron a su cauce.

Irene, Mariluz, Anabel, Paca, Sara, Silvia, Maricruz, Belén, Cristina, Ceci, Alicia, María, Violeta, Esther, Nadia, Ana, Sira, Carol, Leticia, Susana, Laura... Qué importante ha sido la tribu esta vez, qué de mujeres maravillosas me han acompañado en este tiempo, me siento muy agradecida. Mujeres sabias, amorosas, silenciosas... Qué diferente sería el mundo si se dejara guiar por mujeres como vosotras, si se valoraran estos cuidados que aunque son invisibles, nos sostienen a todos.

Y justo al acabar la cuarentena, en el día de los reyes magos, me encontré con este texto por casualidad...

Las tres reinas magas

Y aunque no lo digan las crónicas,

también llegaron mujeres sabias
desde los cuatro puntos cardinales.

El fuego ardía en su seno
mucho antes de ver la estrella en el cielo.
Caminaban en oscuridad fiándose
de que la tierra se iluminara cada noche
con la luz de las lucernas más humanas.


Llegaron mujeres sabias
libremente y por propia autoridad,
sin ocultarse y desafiando las costumbres,
sin pedir permiso a ningún rey,
siguiendo sus intuiciones y sueños
su anhelo y el ritmo de su corazón,
cantando canciones de esperanza
y abriendo camino a la dignidad.


Llegaron en silencio, de puntillas,
sin ruido, sin parafernalia,
sin provocar altercados ni miedos,
sonriendo a todos los peregrinos.
Llegaron de forma contracultural,
no les quedaba otro remedio.

Nadie levantó acta con sus nombres,
pero dejaron huella y recuerdo imborrable.

Llegaron y trajeron regalos útiles:
agua que limpia, fuego que ilumina,
pan de la tierra y leche de sus pechos.

Llegaron con mantas para envolver,
frutos secos para compartir,
aceites para curar y ungir
y nanas tiernas en sus gargantas
para alegrar y dormir al que iba a nacer.


Ayudaron a María a dar a luz,
y cuando gemía con dolores de parto
le susurraban bendiciones de su pueblo.
Se quedaron en Belén muchas lunas,
y encontraron para la familia un lugar digno.
Y enseñaron a otras su arte y oficio,
con paciencia, ternura y tino
hasta que surgió una red de solidaridad.


Llegaron mujeres sabias
y alzaron su voz, sus brazos,
su sabiduría, su cuerpo, su espíritu
contra la matanza de inocentes.

Y se marcharon por otro camino,
igual que lo hacen siempre,
sin prestar atención a los cantos triunfales,
para proteger a los hijos más débiles.

Se marcharon a su tierra.

Pero vuelven una y otra vez en esta época
y en todos los momentos importantes,
cargadas de dones, risas, besos
de vida, canciones y paciencia
Dicen que es su trabajo y oficio;
pero no, son nuestro sacramento
y nuestros sueños mágicos despiertos.


Vestidas sin llamar la atención
están ahí, al borde del camino,
en los cruces y duelos de la vida,
en los oasis y en los desiertos,
en el límite de nuestro tiempo,
en los campos de refugiados,
en el umbral de la conciencia,
ofreciéndonos lo que más necesitamos.

Danos ojos para verlas ahora,
antes de que se marchen por otro camino,
y sólo sean sombra para nosotros.

Déjanos sentir el aroma de su presencia,
la sonrisa de su rostro, la leche de sus senos,
el calor de su espíritu y de su regazo
y toda la ternura de sus corazones vivos.

Déjanos abrazarlas para no olvidarlas.

Siempre llegan mujeres sabias,
oportuna y solícitamente,
a Belén y al reverso de la historia,
y son los mejores reyes magos
de las crónicas evangélicas no escritas.